Casto Suinaga «Machín». Portada de la revista “El Pelotari” de 22 de febrero de 1894.
Hemeroteca Municipal. Ayuntamiento de Madrid.
Aunque se conocen referencias a la práctica del juego de pelota en Castilla durante la Edad Media, su origen se asocia al antiquísimo jeu de paume o juego de palma —un deporte considerado precursor del tenis, y de todos los juegos de raqueta— que se practicó en Europa desde el siglo XIII, con especial relevancia en Francia.
El jeu de paume consistía en golpear con la palma de la mano —paume, en francés— una pelota de piel de oveja que debía pasar por encima de una red. Los jugadores se engrasaban sus manos con aceite y después las enharinaban para mantener el control de la pelota y evitar que resbalara.
El lugar de juego podían ser terrenos al aire libre para ejercitar el jeu de paume «a largo», o en recintos cerrados donde se jugaba «a corto», en alusión a sus menores dimensiones. Estos espacios cubiertos podían además contar con galerías para el público.
La sencillez, flexibilidad y divertimento —existía la modalidad individual, uno contra uno, en parejas, también tres contra tres o cuatro contra cuatro— hizo que el juego se extendiera con rapidez por Francia y los países cercanos como España, Italia, Inglaterra, Alemania o Países Bajos, siendo antecedente del juego a trinquete. De este modo, el jeu de paume tiene una relación directa con la pelota valenciana que se practicó con éxito en los siglos XIV y XV, tanto la calle como en trinquetes o espacios cerrados.
Ya en el siglo XVI el juego de palma era muy popular y cada territorio lo había adaptado a sus normas y preferencias. Así, es posible identificar diferentes denominaciones nacionales para referirse a prácticas derivadas de aquel juego original.
Con el tiempo, la aparecieron de herramientas como palas y raquetas contribuyó a aumentar la velocidad y el dinamismo del deporte. Así, con la aparición de las raquetas en Italia y Francia, de probable influencia oriental, comenzó el uso de pelotas más ligeras, redes para la separación de los campos, y el juego comenzó a aproximarse al tenis.
En el caso de la pelota vasca, a pesar de la creencia popular sobre un origen inmemorial, tan solo se ha podido documentar su existencia a partir del siglo XVI, cuando comenzó a presentar reglas propias y espacios de juego específicos.
A partir del siglo XVIII, el interés por el juego de palma comenzó a decaer en Francia, salvo en la zona del País Vasco, donde se fue creando un modo particular de juego, con el incremento de la afición y la aparición de diferentes modalidades con sus correspondientes normas.
El abandono de las pelotas ligeras propias del jeu de paume por otras más vivas, con núcleos de caucho fue determinante en la configuración del juego. La dureza, peso y consistencia maciza de las pelotas desencadenó la aparición de «herramientas» de protección de la mano: primero guantes de cuero cortos y cóncavos, después largos o rígidos. Estos últimos propiciaron la aparición de la técnica del «remonte», al dejar resbalar la pelota por el canal del guante para acelerar el lanzamiento. No obstante, los aficionados mantenían el juego «a mano» en los pórticos de iglesias y ayuntamientos, utilizados a modo de trinquetes. También apareció el juego «a xare» con modestas raquetas de junco y cuerdas trenzadas.
Con el tiempo, se comenzó a jugar a la pelota de cara a la pared, aprovechando los muros de construcciones o edificios públicos. Esta modalidad pasó a denominarse «juego a blé». En un primer momento utilizaba un único muro o frontis, y con el tiempo introdujo la pared lateral izquierda, que dotaba de más variedad al juego. De este modo, fue tomando forma y personalidad propia el juego moderno de pelota que desde el País Vasco se extendió a Navarra, Aragón, Cantabria, La Rioja, Castilla, e incluso, América del Sur.
Al tiempo que tomaba como nombre oficial su denominación de origen, el juego de pelota vasca se popularizó en sus diferentes especialidades: «a mano», «a pala» o «remonte». Y a mediados del siglo XIX apareció la cesta o xistera como evolución del guante largo. Realizada en mimbre y con forma de hoz permitía retener ligeramente la pelota antes de su lanzamiento. Esta última modalidad sería la que alcanzara mayor éxito durante el breve os de apogeo de la pelota vasca, años 80 y 90 del siglo XIX.
Pasado el furor decimonónico, cuando a comienzos del siglo XX se recupera el interés por la pelota vasca, que resurge en País Vasco y Navarra, lo hace en sus modalidades tradicionales de juego «a pala» y «a mano», incorporando también el «remonte». Finamente, llegaría el juego con raqueta en el interior del frontón dando lugar al «frontenis».
En el siglo XX la pelota vasca estaba totalmente profesionalizada. Para entonces, ya se habían definido las diferentes formas y herramientas del juego, que son las que han llegado hasta nuestros días.
Según la Federación Internacional de Pelota Vasca se denomina «modalidad» al tipo de cancha donde tiene lugar el juego y «especialidad» a cada una de las prácticas. Así, las especialidades son: «pala corta», «paleta goma», «paleta cuero frontón», «paleta cuero trinquete», «xare», «cesta punta», «frontenis», «mano trinquete» y «mano frontón». En cuanto a las modalidades o canchas existen cuatro tipos diferentes:
Aunque las reglas varían según la especialidad, hay algunas pautas comunes en la pelota vasca.
Para jugar son necesarios al menos dos jugadores o pelotaris, que se colocan frente a un muro anterior o frontis. Los pelotaris lanzan por turnos una pelota maciza forrada de cuero contra el frontis; para ello pueden usar la mano, pero también otras herramientas, como palas o cestas. La pelota siempre debe rebotar —máximo una vez—-dentro de unos límites establecidos y marcados por las líneas de falta o eskas, tanto en el frontis como en la cancha.
Para marcar, los pelotaris intentan dificultar al oponente el rebote dentro de los límites establecidos, mediante una estrategia de golpeos a la pelota que busca obtener un tanto por cada fallo del rival.
A finales del siglo XIX y principios del XX los frontones seguían un modelo bastante sólido propio del juego moderno de pelota —a excepción de los trinquetes o frontones cerrados—. Contaban con dos muros dispuestos en ángulo recto, que delimitaban la cancha, hecha de losas de piedra o de cemento. En el frontis, se delimitaban el límite superior, el derecho y también el inferior, marcados por una chapa para identificar los fallos por el ruido metálico del golpe de la pelota. Además, en la zona superior del frontis, una plancha o alambrera permitiría detener las pelotas demasiado altas.
La pista se dividía en tramos de cuatro metros cada uno, llamados cuadros, señalizados con unas rayas de color blanco en la pared izquierda. Estos tramos servían y sirven para saber si un saque es fallido, dado que la pelota debe botar antes del cuarto cuadro, pero no pasar del séptimo. Para la práctica del juego de cesta, el frontón debía tener entre 15 y 18 cuadros, dependiente de su longitud. Y siempre al final de la pista se encontraba la pared de rebote.
Entre la cancha y los espectadores se disponía la contracancha, normalmente cubierta de arena, para frenar los botes de la pelota cuando salía de pista.
A mediados de siglo aparecieron varios frontones — el más famoso de ellos, El Ariel, situado cerca del Paseo de la Castellana, a la altura de la calle Fernando el Santo—. También fue común el aprovechamiento de zonas urbanas propicias para el juego. Una de estas áreas era la Puerta del Sol, junto a la desaparecida iglesia del Buen Suceso. Estos espacios improvisados causaron quejas de los vecinos por el ruido que producían los jóvenes pelotaris y, sobre todo, por el miedo a ser alcanzados por una pelota.
El interés por el juego de pelota vasca aumentó considerablemente a finales del siglo XIX y trajo la proliferación de frontones monumentales, que desaparecieron con el cambio de centuria.
Después de la inauguración de El Ariel, a mediados de siglo, existieron espacios de menor relevancia dedicados a este deporte, hasta la construcción en la década de los 80 del siglo XIX del frontón del Retiro, ubicado en las tapias traseras de este parque, en la actual avenida Menéndez Pelayo. En aquel espacio, se organizaban partidos de cesta, mano o pala; y los jugadores podían adquirir las herramientas y unas alpargatas para jugar. Al del Retiro, le siguieron los frontones de Puerta de Toledo y La Navarra, así como otras edificaciones repartidas por todo Madrid y algunos municipios aledaños.
El nacimiento de estas instalaciones deportivas vino acompañado del éxito de la zarzuela “La Bruja”, compuesta por Ruperto Chapí, con libreto de Miguel Ramos Carrión y con la colaboración de Vital Aza para el tercer acto. La acción se desarrolla en el Valle de Roncal y Pamplona, a finales del reinado de Carlos II, e incluye la representación de un partido de pelota en la que actúa un coro de pelotaris. Según relatan las crónicas periodísticas, el 10 de diciembre de 1887, durante el estreno de esta pieza musical en el Teatro de la Zarzuela, el coro causó verdadero furor entre el público.
El impulso definitivo para consolidar el auge de este juego llegó de la mano de la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena. Desde tiempos de Isabel II, la familia real había pasado algún verano en San Sebastián, pero tras la muerte de Alfonso XII en 1885, la regente fijó su residencia veraniega oficial en la capital donostiarra. Esta decisión provocó que gran parte de la aristocracia madrileña siguiera a la corte durante su estancia estival, coincidiendo con el momento en que la pelota vasca comenzaba su profesionalización y algunos pelotaris firmaban jugosos contratos, incluso en América del Sur.
En Donostia, el dinero circulaba en abundancia durante los partidos, a través de las apuestas, y el juego de pelota atrajo a los financieros. El empresario Lucio González, con el interés de atraer a la burguesía donostiarra y madrileña, construyó un gran frontón dotado con todas las comodidades posibles. En efecto, los aristócratas quedaron fascinados y el interés por el juego de pelota llegó rápidamente a Madrid.
Así, en 1891 se levantaron tres frontones en la capital: el Madrileño, en la calle Núñez de Balboa n.º 23, conocido por la práctica de la especialidad «a mano» para aficionados; el de San Francisco el Grande, en la calle Jerte n.º 10, que contaba con trinquete y con frontón descubierto, donde se practicaba el juego «a mano» y «a pala» para aficionados y para profesionales; y Jai Alai, en la calle Alfonso XII, que seguía el modelo del Jai Alai donostiarra, con una cancha de 64 metros de largo y 2.000 localidades, donde pelotaris nacionales e internacionales jugaban «a cesta».
En 1892, se inauguró el frontón Fiesta Alegre, en la calle Marqués de Urquijo con la calle Juan Álvarez Mendizábal, en el barrio de Argüelles. Tenía capacidad para 5.500 localidades, una cancha de 72 metros de largo y un palco exclusivo para la familia real.
Un años más tarde, apareció el Euskal Jai en la calle Marqués de la Ensenada n.º 6, el primer frontón cubierto de la ciudad. Aunque de menores dimensiones —tan solo albergaba 2.500 localidades— estaba dotado con luz artificial y ofrecía mayores comodidades como butacas, restaurantes o marcador eléctrico.
Beti Jai fue la siguiente construcción, con una cancha de 67 metros de longitud y 4.000 localidades. Fue inaugurado en 1894, cuando el jugo de pelota era una moda afianzada en la ciudad, pero no exenta, sin embargo, de polémica.
En Madrid, el apogeo de la pelota vasca fue intenso y rápido, pero breve. En buena medida, esta súbita curiosidad tenía un origen económico, que nacía del capital generado por el juego.
Las apuestas en los partidos aparecieron de forma temprana y comenzaron a mover grandes cantidades de dinero, llevando a la ruina a algunas familias con el consiguiente escándalo social. Tampoco faltaban los rumores por partidos amañados y las críticas por el bajo rendimiento de los pelotaris, a quien se acusaba de fingir lesiones o simular malas rachas para después remontar. La corrupción había entrado en el deporte y perjudicaba la imagen tanto de los profesionales como de la propia práctica deportiva.
El escándalo llegó a su punto álgido pocos meses después de la inauguración de Beti Jai. En un partido disputado en julio en este frontón, un grupo de aficionados perdió una cuantiosa cantidad de dinero y culpó directamente a uno de los pelotaris. Los exaltados se lanzaron a la cancha y el jugador que tuvo que ser socorrido y escoltado por varios agentes para evitar la agresión.
Ese mismo verano el gobernador de Madrid, José Mesía del Barco, duque de Tamames, publicó un reglamento obligatorio para todos los frontones de la capital. La presencia de los corredores de apuestas en la cancha, durante los partidos, quedaba prohibida; tan solo se podría apostar de forma previa al encuentro y en las taquillas. Además, El reglamento estipulaba la creación de un tribunal de calificación que se encargaría de estudiar cualquier irregularidad por parte de los pelotaris.
Este reglamento ayudó a calmar los ánimos y fue imitado por otras ciudades, pero también rebajó el interés por el juego de pelota vasta. La sociedad madrileña comenzaba a experimentar cierta saturación debido a la excesiva oferta de eventos programados por los distintos frontones. En paralelo, la aparición de otras propuestas de ocio: nuevos deportes como el fútbol, atractivos espectáculos teatrales y circenses o el cinematógrafo desviaron los intereses del público.
Comenzaba a perfilarse una rápida decadencia de la pelota vasca cuando en 1896 se tomó la decisión de incrementar la contribución tributaria de los frontones. Para hacer frente a estos nuevos gastos y mantener unos resultados económicos sostenibles, los frontones monumentales como Beti Jai comenzaron a alternar la programación de partidos de pelota —cada vez menos frecuentes— con otros actos lúdicos o sociales.
Los eventos con más repercusión que se celebraron en Beti Jai en 1897 fueron la sonada actuación del Orfeón Pamplonés, que cerró una tanda de partidos disputados por pelotaris habituales del frontón; la exhibición y combate de esgrima, en beneficio de la Asociación de la Prensa de Madrid, que alternando con dos partidos de pelota permitió una recaudación total de diez mil pesetas; o la velada organizada después por la Cruz Roja para recaudar fondos a favor de los heridos de las guerras de Cuba y Filipinas.
A partir de 1899 muchos frontones madrileños echaron el cierre definitivo después de algunos años sin poder ofrecer una programación deportiva consistente. Aún así, ese mismo año, se construyó el último gran frontón en Madrid, el Central, cerca de la Puerta del Sol, en la calle Tetuán n.º 29, que mantuvo su actividad durante poco más de una década, alternando la pelota vasca con otras prácticas deportivas.
Con el nuevo siglo, muchos de los grandes frontones cambiaron de uso para acoger desde escuelas militares o taurinas hasta a mítines políticos. En 1901, cuando Beti Jai mantenía una actividad muy limita, acogió una exhibición ecuestre organizada por la Sociedad Hípica, que cubrió la cancha con arena y colocó diferentes obstáculos, logrando la asistencia de lo más granado de la sociedad.
A pesar de los nuevos usos, con el paso de los años, los frontones monumentales dejaron de ser rentables económicamente. Eran edificaciones que ocupaban grandes extensiones de terreno en áreas cada vez más cotizadas por las constructoras y fueron demolidos para levantar otros edificios. La excepción fue Beti Jai que, si bien cerró sus puertas y quedó en desuso, sus dueños nunca se plantearon derribarlo. Con está decesión, Beti Jai tuvo una historia después del fin de la pelota vasca en Madrid.
1904 – 1907
En 1904, el Ministerio de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas publicó la Real Orden por la que se creaba el Centro de Ensayos de Aeronáutica y un Laboratorio anejo, bajo la dirección del ingeniero cántabro Leonardo Torres Quevedo.
Aquella Real Orden encomendaba al director la búsqueda de un local para el centro de ensayos y el laboratorio. El lugar debía ser apto para las pruebas del telekino, ideado por el ingeniero para guiar a distancia los dirigibles, que en ese momento era su actividad principal. Torres Quevedo fijó su atención en Beti Jai, entonces carente de actividad y con espacio suficiente para sus pruebas. De esta manera, el frontón se convirtió en la sede del Centro de Ensayos de Aeronáutica.
El telekino era un aparato pionero en el campo del control a distancia que Torres Quevedo había patentado en 1902. Se trataba de un autómata que ejecutaba las órdenes recibidas mediante ondas hertzianas, esto es, mediante el control remoto de sus motores. El ingeniero ya había realizado las primeras pruebas con un modelo en París y, ante la expectación del invento, una comisión de miembros del Ateneo de Madrid solicitó al Gobierno que financiara las investigaciones.
La pista de Beti Jai acogió el taller del inventor, al tiempo que sus dimensiones permitieron al ingeniero realizar las pruebas de mando a distancia con el telekino y coser las grandes lonas para un nuevo tipo de dirigible auto rígido, otro de los proyectos en los que Torres Quevedo trabajaba.
Durante 1904 se construyeron varios telekinos que controlaban a distancia vehículos terrestres, embarcaciones y dirigibles. Las primeras pruebas públicas se realizaron en marzo del año siguiente con un telekino instalado en un coche con motor eléctrico. Asistieron a éstas los profesores y alumnos de los últimos cursos de la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid y el alcalde de Bilbao, que estaba interesado en que Torres Quevedo realizara unas pruebas públicas del telekino en el Abra. La propuesta del alcalde llegó en un momento perfecto para el ingeniero, que quería despejar la cancha de Beti Jai para comenzar a construir un dirigible.
Un gran toldo sostenido por cerchas cubrió el frontón para proteger el invento de las inclemencias del tiempo, de las miradas curiosas y de los espías industriales. A finales del mes de junio de 1906, la envuelta del dirigible auto rígido salía de Beti Jai en un carro, camino de la Fábrica del Gas, donde sería inflado.
Con posterioridad, los trabajos con el dirigible se trasladaron al Polígono de Aerostación de Guadalajara, donde dos años más tarde, darían lugar al primer dirigible español. Por su parte, las oficinas del Centro de Ensayos de Aeronáutica se instalaron en el Paseo de Santa Engracia n. º 20. No obstante, Beti Jai continuó formando parte de los espacios utilizados por Torres Quevedo para sus investigaciones. Así, el frontón fue utilizado de manera puntual hasta 1909 por el Laboratorio de Mecánica Aplicada, creado en 1907 y asignado igualmente al ingeniero.
1909 – 1919
A medida que Leonardo Torres Quevedo iba abandonando Beti Jai como lugar de trabajo, los dueños del frontón intentaron, sin demasiado éxito, recuperar su función original. Tampoco faltaron otros eventos ajenos al mundo deportivo como la gran asamblea del gremio de alcoholeros, celebrada en 1908, que congregó a fabricantes, almacenistas y detallistas de alcoholes, ultramarinos, comestibles y taberneros.
En 1909 el Club Sport Vasco alquiló Beti Jai para celebrar los partidos de sus socios, que hasta entonces se habían jugado en Jai Alai.
Entre 1913 y 1916, fue lugar para las prácticas de los alumnos de la Escuela Militar Particular —después denominada Escuela Militar Madrileña—, un uso castrense al que también se destinaron otros frontones de la ciudad.
En ocasiones, fue también objeto de uso político como, por ejemplo, el mitin organizado en 1916 por las clases mercantiles e industriales para abordar los problemas de carestía y subsistencia.
Su alquiler por parte de la Sociedad del Deporte Vasco en 1917 supuso su último uso para el juego de pelota vasca. La actividad deportiva se prolongaría hasta 1918 para después abandonar definitivamente ese uso primigenio. Beti Jai había luchado sin éxito contra el desinterés ciudadano por un juego pasado de moda y contra las dificultades de ser un espacio descubierto, que limitaban sus posibilidades de explotación para eventos masivos.
1919 – 1989
A partir de 1919 los usos de Beti Jai le alejaron del mundo deportivo y de los eventos culturales. La primera grada descubierta, situada a continuación de la contracancha, fue desmontada y comenzó su explotación como taller. Las gradas superiores fueron cerradas para su empleo como naves diáfanas, y el cuerpo principal de acceso pasó a albergar oficinas.
Los dueños del edificio, para aprovechar las extraordinarias dimensiones de la cancha, solicitaron una licencia para construir veintiún cabinas para automóviles. Finalmente, entre 1919 y 1920, Beti Jai fue una fábrica de vehículos de la marca Studebaker; en 1923 fue concesionario de la marca de motocicletas Harley Davidson y en 1925 se convirtió en un garaje.
El uso durante la Guerra Civil es confuso. A pesar de algunas referencias vagas sobre la posible ocupación como comisaría y cárcel, o su uso como lugar de ensayo de las bandas de Falange, a partir de 1939, no se han encontrado evidencias documentales de estas prácticas. En cambio, si están documentadas diferentes explotaciones industriales durante los años 40: fábricas de escayolas, de chapas de celuloide o de jeringuillas, taller de maquetas arquitectónicas, e incluso estudio cinematográfico, para regresar a su explotación como taller de automóviles desde la década de los 50 hasta 1989. Para entonces, se había convertido también en una improvisada corrala, con varias familias habitando las gradas. Así lo refleja la película “Madrid”, dirigida en 1987 por Basilio Martín Patino.
1989 – 2008
Los usos industriales, las sucesivas reformas para adaptar el espacio a los talleres y la instalación de viviendas, habían desconfigurado el edificio y su estado de deterioro era palpable.
En 1989, una empresa francesa adquirió el inmueble en una subasta pública, pero no realizó ninguna intervención de mejora o protección en el edificio. En 1999, el frontón pasó a manos de una sociedad limitada española que preparó un proyecto de hotel y gimnasio para el solar, nunca ejecutado.
En 2007, algunas zonas de las gradas fueron habitadas por okupas y un año más tarde el edificio sufrió un incendio en el que tristemente falleció el vigilante de seguridad. Sin embargo, la estructura del inmueble pudo aguantar la acción del fuego.